lunes, 7 de mayo de 2012

¡Saltillo es otra cosa!


¡Saltillo es otra cosa!
Para algunas personas es una ciudad provinciana, de gente recatada y persignada, poco afecta a mostrar sus sentimientos y atender a los visitantes; otras, sin embargo, la reconocen como la ciudad del norte de México con mayor historia y tradición cultural, famosa no sólo por la fabricación de sus sarapes, sino también por sus reconocidas universidades y personajes que aquí nacieron.
En general, se debe reconocer que todos pueden tener una parte de razón. Lo que cualquiera reconoce es que de ser una ciudad somnolienta y provinciana, en unos pocos años se convirtió en una pequeña urbe moderna y pujante. En síntesis, en muy poco tiempo la “Atenas del Norte” se convirtió en la “Detroit de México”.
Conocer la ciudad a principios de los años 70´s es completamente diferente a la actual. En aquella época, en compañía de mis padres visitaba a mi hermano que estudiaba en la entonces Escuela Superior de Agricultura “Antonio Narro”, e íbamos a Buenavista (ex-hacienda ubicada al sur de la ciudad, donde se encuentra la escuela) observando el campo verde lleno de sembradíos. Ahora queda muy poco de eso. En su lugar, la ciudad prácticamente se ha extendido hasta los límites de la universidad e incluso la ha rebasado por uno de sus costados, y la estrecha carretera por donde circulaban los camiones que llevaban a los “buitres” a sus clases es ahora un amplio boulevard.
Y es que sólo en el centro histórico queda rastros de aquella pequeña Villa de Santiago del Saltillo, fundada según la tradición el 25 de julio de 1577, fecha que para los saltillenses corresponde a la fundación mientras no se demuestre lo contrario, al no existir un documento que señale la auténtica fundación de la ciudad.

En cualquier caso, a nadie parece importar cuándo fue que un grupo de aventureros, sus familias y esclavos llegaron al valle en busca de minas, proclamando el nuevo asentamiento en nombre de Dios y del Rey de España. Tampoco les importa que durante mucho tiempo se adjudicara la fundación a Francisco de Urdiñola, rico hacendado minero cuyos descendientes adquirían nobleza y crearían un gran latifundio en la región.
De manera fortuita, mediante un documento histórico se descubrió que la ciudad fue fundado por Alberto del Canto, también fundador de la hoy gran metrópoli de Monterrey, famoso por ser un aventurero, cazador de indios y mujeriego. Según la leyenda, este personaje tuvo amoríos con la esposa de Luis Carvajal y de la Cueva, otro personaje de la fundación de Monterrey, quien juró no cortarse el pelo hasta obtener venganza de su enemigo. Según se cuenta en Saltillo, Carvajal tuvo que ver crecer muy largo su cabello y nunca pudo cobrar el agravio. En su lugar, la Santa Inquisición lo llamó a la ciudad de México para enjuiciarlo por otros cargos.
La coincidencia general radica en que la pequeña villa se fundó donde se ubica la Plaza de Armas, llamada así porque era el lugar de reunión de los hombres armados cuando había que defender su población de los ataques de los indios. Igualmente, la elección del lugar de la fundación y el nombre de Saltillo se debieron a la gran cantidad de manantiales de existían en el lugar. Hasta hace algunos años eran comunes las acequias que regaban los huertos familiares de duraznos y membrillos.
En cualquier caso, su historia, cultura, tradición, y su gente, hacen que Saltillo sea otra cosa.

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