¡Saltillo es otra cosa!
Para algunas personas es una ciudad
provinciana, de gente recatada y persignada, poco afecta a mostrar sus
sentimientos y atender a los visitantes; otras, sin embargo, la reconocen como
la ciudad del norte de México con mayor historia y tradición cultural, famosa
no sólo por la fabricación de sus sarapes, sino también por sus reconocidas
universidades y personajes que aquí nacieron.
En general, se debe reconocer que
todos pueden tener una parte de razón. Lo que cualquiera reconoce es que de ser
una ciudad somnolienta y provinciana, en unos pocos años se convirtió en una
pequeña urbe moderna y pujante. En síntesis, en muy poco tiempo la “Atenas del
Norte” se convirtió en la “Detroit de México”.
Conocer
la ciudad a principios de los años 70´s es completamente diferente a la actual.
En aquella época, en compañía de mis padres visitaba a mi hermano que estudiaba
en la entonces Escuela Superior de Agricultura “Antonio Narro”, e íbamos a
Buenavista (ex-hacienda ubicada al sur de la ciudad, donde se encuentra la escuela)
observando el campo verde lleno de sembradíos. Ahora queda muy poco de eso. En su
lugar, la ciudad prácticamente se ha extendido hasta los límites de la
universidad e incluso la ha rebasado por uno de sus costados, y la estrecha
carretera por donde circulaban los camiones que llevaban a los “buitres” a sus
clases es ahora un amplio boulevard.
Y es que sólo en el centro
histórico queda rastros de aquella pequeña Villa de Santiago del Saltillo,
fundada según la tradición el 25 de julio de 1577, fecha que para los
saltillenses corresponde a la fundación mientras no se demuestre lo contrario, al
no existir un documento que señale la auténtica fundación de la ciudad.
En cualquier caso, a nadie parece
importar cuándo fue que un grupo de aventureros, sus familias y esclavos
llegaron al valle en busca de minas, proclamando el nuevo asentamiento en nombre
de Dios y del Rey de España. Tampoco les importa que durante mucho tiempo se adjudicara
la fundación a Francisco de Urdiñola, rico hacendado minero cuyos descendientes
adquirían nobleza y crearían un gran latifundio en la región.
De manera fortuita, mediante un
documento histórico se descubrió que la ciudad fue fundado por Alberto del
Canto, también fundador de la hoy gran metrópoli de Monterrey, famoso por ser
un aventurero, cazador de indios y mujeriego. Según la leyenda, este personaje
tuvo amoríos con la esposa de Luis Carvajal y de la Cueva, otro personaje de la
fundación de Monterrey, quien juró no cortarse el pelo hasta obtener venganza
de su enemigo. Según se cuenta en Saltillo, Carvajal tuvo que ver crecer muy
largo su cabello y nunca pudo cobrar el agravio. En su lugar, la Santa
Inquisición lo llamó a la ciudad de México para enjuiciarlo por otros cargos.
La coincidencia general radica en
que la pequeña villa se fundó donde se ubica la Plaza de Armas, llamada así
porque era el lugar de reunión de los hombres armados cuando había que defender
su población de los ataques de los indios. Igualmente, la elección del lugar de
la fundación y el nombre de Saltillo se debieron a la gran cantidad de
manantiales de existían en el lugar. Hasta hace algunos años eran comunes las
acequias que regaban los huertos familiares de duraznos y membrillos.
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